En un panorama musical en el que los 'mitos' viven de sus éxitos pasados, Mark Knopfler consigue reinventarse sin abandonar sus raíces.
Este verano suena a nostalgia de mitos del rock: los Rolling Stones se han puesto de nuevo sus pitillos de cuero para celebrar los 50 años del grupo y presentar su último álbum, GRRR!, en la mayor gira que han realizado desde hace más de un lustro; Rodríguez lleva a cabo su primer tour mundial tras el éxito del documental Searching for Sugar Man, que le rescató del olvido; Fleetwood Mac se reúne en una gira por todo el mundo; Eric Clapton presenta su nuevo disco Old Sock; Paul McCartney propaga la ‘maccamania’ por América con su tour Out There; el gran Roger Waters continúa con The Wall Live por Europa, y Bob Dylan sigue embarcado en su eterna gira mundial. Es la oportunidad perfecta para que la gente joven que no ha podido ver a estas glorias en sus épocas de melena al viento pueda disfrutar cantando las canciones clásicas, y sus fans contemporáneos puedan regresar a la juventud por unas horas. Pero, aunque disfrutar de los temas ‘de siempre’ sea algo muy satisfactorio para los fans, es una pena que músicos que fueron tan innovadores en su tiempo estén estancados en los temas de hace más de veinte años y sus discos (como Old Sock de Eric Clapton o GRRR! de los Stones) sean una recopilación de canciones clásicas con solo un par de temas inéditos.
Gracias a Apolo, en medio del desierto de la no-innovación del ‘Valle de los Reyes del Rock’ se encuentra un refrescante oasis de originalidad: Mark Knopfler. El guitarrista (que se consagró en el mundo del rock como compositor y guitarrista gracias a Dire Straits - la que fue su banda durante dieciocho años - y siguió creciendo como mito gracias a su carrera en solitario con discos tan aclamados como Sailing to Philadelphia y bandas sonoras impresionantes como La princesa prometida o Local Hero) estrenó ayer en Barcelona la rama española de su gira y presentación de su séptimo álbum de estudio en solitario: Privateering.
Privateering es un álbum doble impecable que muestra, como es común en su producción en solitario, un acercamiento a la música popular y una profundidad lírica asombrosa. Su ejecución en el concierto estuvo a la altura de las versiones de estudio, e incluso pudo superarlas, como en el caso de Gator Blood, algo también muy común en Mark Knopfler desde los Dire Straits.
Aunque su último disco fue el protagonista de la velada, también interpretó algunos clásicos para sus fans. De hecho, abrió con What it is? e intercaló algún éxito de los Straits como Romeo and Juliet, Telegraph Road y So Far Away (este último en el bis) y acabó con Local Hero tras una gran ovación del público que pedía “Sultans”... pero nos quedamos con las ganas.
El concierto fue una síntesis de su producción musical: además de rock, sonó blues, folk, country, ritmos célticos, e incluso latinos (Postcards from Paraguay) tocados, por supuesto con una precisión y perfección espontánea. Y con una guitarra (o dos) diferentes para cada tema.
El perfeccionismo, la profundidad, el sentimiento y la armonía son las características principales de la obra y la persona de Mark Knopfler, en mi opinión, y lo que hace que destaque frente a otros grandes guitarristas y compositores. De hecho, la primera vez que vi a Mark Knopfler, en su gira del 2012, hacía de telonero de Bob Dylan, y consiguió eclipsar al cantautor americano apoteósicamente. (Me ahorro hacer la comparación entre ambas voces, porque sería muy injusto para Dylan).
En definitiva, en un panorama musical en el que las viejas glorias viven de sus éxitos pasados, Mark Knopfler consigue reinventarse sin abandonar sus raíces y mostrando la calidad de siempre.
Mark Knopfler en medio de un solo |
¡Ah, también estaba Guy Fletcher, maestro teclista! (Aquí tocando la guitarra) |